ACTUALIDAD DOCENTE

Información y reflexión sobre educación.

  Una publicación de

César Bona y ‘La Emoción de Aprender’

Google+ Pinterest LinkedIn Tumblr +

«¿En qué momento la escuela se convirtió en la jueza que decide quién sigue o quién no, en lugar de ser el dador de herramientas?»

‘Ayer’ en Córdoba; ‘mañana’ en Canarias. Pillamos a César Bona en casa, descansando entre viaje y viaje, y charlamos con él, por teléfono, sobre su último libro, La emoción de aprender, y las lecciones de vida que transmite. El maestro habla de la necesidad de reflexionar sobre el papel de la escuela y de los maestros, de educar para la convivencia y en el respeto a las diferencias, de la responsabilidad educativa que tenemos todos en la sociedad, de las dificultades y privilegios de la profesión docente… César Bona define su trayectoria de los últimos tres años como «un verdadero máster en educación», y tenemos la suerte de que comparta aquí algunos de sus aprendizajes.

'La emoción de aprender' (Plaza&Janés) es el tercer libro sobre educación de César Bona desde que fue candidato al World Teacher Prize.
Puedes leer más sobre ‘La emoción de aprender’ (Plaza&Janés), de César Bona, pinchando aquí.

P.– La emoción de aprender arroja luz sobre los prejuicios, y perjuicios, que acarrea la diferencia, incluso en la escuela. ¿Podemos decir que es un libro contra los prejuicios en educación?

R.– Es difícil de definir. Hay muchas historias inspiradoras de gente normal, como tú y como yo. Si cierras los ojos y piensas en los cientos de objetos que tienes alrededor, seguro que hay un montón de objetos de los que ni te has dado cuenta de que existen. Ocurre lo mismo a las personas que tenemos alrededor cada día. Muchas de ellas no nos han llamado la atención, pero cada una de ellas tiene historias de vida.

P.– ¿Cuántos alumnos has visto que hayan superado las expectativas que sobre ellos había?, ¿cuántos, lastrados por ellas?

R.– No podría decirte. El resultado de la educación es a largo plazo y las decisiones se toman en el corto plazo. Es verdad que cuando uno echa la vista atrás, piensa que podía haberlo hecho mucho mejor. Pero también sé que la educación no sólo es de la escuela; la educación incumbe a todos.

«Es importante, parar, reflexionar, ver cómo influyes en los que tienes alrededor y hacer que esa influencia sea positiva».

P.– ¿Tú has tenido prejuicios sobre alumnos tuyos que has tenido que superar? Por ejemplo, pienso en aquel alumno al que sorprendiste pegando a un compañero que era extranjero y en la conversación con su padre… Cada niño tiene sus herencias. ¿Es inevitable tener prejuicios para un profesor?

P.– Por eso es una profesión tan difícil. La tarea de educar en general es difícil, no sólo en la escuela. Somos seres influenciables y emocionables. El pensamiento crítico, que tenemos que usar en todas las programaciones, es algo que tenemos que ejercitar muy bien todos los días. El ritmo de vida que llevamos, que no paramos, nos impide pararnos a reflexionar, a contrastar información… Es importante, parar, reflexionar, ver cómo influyes en los que tienes alrededor y hacer que esa influencia sea positiva. Lo ideal es que vayamos con más calma y nos dé tiempo a reflexionar sobre lo que hacemos. Y también los docentes tenemos que aprender a gestionar nuestras emociones antes de enseñar a los niños y niñas a gestionar las suyas. Una mala gestión de tus emociones puede hacer que impactes negativamente en un niño. Eso me lleva a pensar en la importancia de educar las emociones y en quienes dicen que no es más que una moda. Aunque somos seres racionales, tomamos muchas decisiones importantes desde la emoción: la ira, la alegría, el miedo, la frustración… Quien diga que es una moda…en fin.

P.– ¿Cuántas historias te has dejado en el tintero?

R.– Muchas. Lo publicado son pequeños ejemplos de las personas que tenemos alrededor. Para mí es muy bonito poder viajar mucho y conocer muchas personas. Lo que tenemos los tímidos, como yo, es que hablamos poco y escuchamos y observamos mucho. De la misma manera que ves un tipo de personas, que ayudan a los demás, también ves ésas otras que ponen sus pies en el asiento de enfrente cuando viajan en tren. Se trata de eso, de mirar más a la gente que tienes a tu alrededor, pararte a pensar y a escuchar.

«Aunque somos seres racionales, tomamos muchas decisiones importantes desde la emoción. Quien diga que la educación emocional es una moda…en fin».

P.– Han pasado cuatro años desde la candidatura al Global Teacher Prize y llevas tres años embarcado en otros proyectos, fuera del aula…

R.– Es verdad que ahora mismo no estoy en el aula, pero no he dejado la docencia. La semana pasada estuve con 200 niños y niñas de un pueblo de Córdoba, Villa del Río, y estuvimos hablando de cómo escribir cuentos, de cómo ven ellos a sus compañeros… Mañana viajo a Canarias para estar con 800 chavales y hablar sobre el acoso escolar. Hablo con familias, con docentes… Para mí es un regalo. Poder viajar, conocer tanta gente, escuchar y poder compartirlo. En cualquier profesión, imagina que te dicen: ‘Viaja, conoce personas, analiza, aplica a los demás lo que tú sabes sobre lo que tú haces, que es la educación, sal del contexto en el que estabas y de la perspectiva desde la cual mirabas las cosas’. Y ahí te das cuenta de cuánto nos queda por aprender. Lo que yo estoy aprendiendo es impresionante; es un verdadero máster en Educación. Por ejemplo, la visita que hice a la Cañada Real de Madrid me cambió la perspectiva sobre muchas cosas. O tantas historias que he conocido y que me han dejado alucinado… Eso sí, volveré al aula. Sin duda.

P.– De todo eso que aprendes das muestra en tus charlas, en tus libros… ¿Cómo llevar eso al aula y a sus 25 o 30 niños cuando llegue al momento? ¿Has pensando en eso?

R.– Sí. Tengo una cosa muy clara: el aula es parte de la vida y de la sociedad. Uno de los objetivos importantísimos en la educación es cultivar las relaciones humanas, educar para la convivencia, el diálogo, la escucha. No te hablo ni de Matemáticas ni de Inglés.

«Los que toman estas grandes decisiones [la reforma educativa]tienen que conocer muy bien la realidad, las realidades, de cada día en las aulas. Y también adónde ha de dirigirse la educación».

P.– ¿Crees que ha cambiado algo en las aulas de cinco años a esta parte?

R.– Una cosa que ves cuando viajas es que hay miles de docentes, desconocidos, con muchísimas ganas de hacer cosas, que viajan sin parar, que se forman cada fin de semana… Eso es fantástico. Pero también te diré que ahí la labor de los medios de comunicación es muy importante; sacar todo eso a la luz es muy importante.

P.– En los 16 años que has estado a pie de aula, ¿te sentiste cuestionado?

R.– En mi caso, que he pasado por la concertada, por la privada, por la pública, por escuelas rurales… He pasado por la ESO y por Primaria, y hasta he dado Latín en Bachillerato. Han sido muchos cursos y muchos contextos distintos, y siempre te encuentras con gente con muchas ganas y gente con pocas. Algunos directores animan a hacer cosas y a otros les cuesta un poco más por ese temor a cambiar las cosas y de que cambie el rumbo de la escuela. La función de los equipos directivos es muy importante; se trata de que dinamicen, de que den aire fresco a la educación… 

P.– En tu libro La emoción de aprender muestras la escuela como epicentro de lecciones de vida. Pero, lejos de eso, para el común de los mortales la escuela es ese sitio donde aprender Matemáticas e Inglés, y donde se ponen las bases para llegar lejos profesionalmente. Estamos muy desconectados de la dimensión humana de la escuela y, en consecuencia, también de la dimensión humana de los docentes… Aunque vayan a dar Matemáticas y Lengua, muchos hacen más un trabajo de pico y pala en valores, y eso no se valora.

R.– Te digo una cosa: cuando visité la Cañada Real [último capítulo del libro], después me pregunté: ¿con qué criterio como maestro puedo decidir qué chicos pasan y qué chicos se quedan?; ¿en qué momento la escuela se convirtió en la jueza que decide quién sigue o quién no sigue en lugar de ser el dador de herramientas, que es lo que tendría que ser?. Sobre eso hablaría horas. Como seres humanos, hay algo inherente a nuestra condición, que es el deseo de aprender; hay otra cosa que hacemos constantemente, que es evaluar, evaluar para ver por dónde vamos, para no tropezarnos, para ver si hacemos bien las cosas…; y otro verbo que es examinar, y la educación se ha asociado más a este tercer verbo que a los otros dos, que son esenciales.

«Uno de los objetivos importantísimos en la educación es cultivar las relaciones humanas, educar para la convivencia, el diálogo, la escucha».

P.– En el capítulo sobre personas disléxicas citas a una neuróloga que dice: “Las escuelas generalmente describen el éxito cognitivo de una sola manera: lectura fluida, cálculo, navegación espacial y razonamiento líneal”. Luego, dices tú, valoramos a los niños por sus notas, las notas que ha obtenido en aquellos parámetros citados. ¿Hay que flexibilizar el sistema para que pueda aumentar la cantidad de variables a medir?

R.– Claro, pero hay que decir que ya hay muchos docentes que se están formando para eso y que tienen en cuenta todas estas cosas que estamos hablando. No es una utopía.

P.– Pero el sistema no lo promueve. Son los docentes a título individual los que dan tratan de hacer frente a lo establecido.

R.– Así es. Por eso tenemos que ver cómo conseguir darle la vuelta para que se entienda de una vez, también desde la sociedad –no sólo el sistema, que parece que es un ente aislado– que las cosas que tienen que ir evolucionando, que tampoco significa romper con todo lo anterior. Igual que la Medicina evoluciona, la educación también tiene que evolucionar. Por ejemplo, una maestra o un maestro tiene que estar todo el día gestionando grupos. A mí nadie me enseñó nada sobre psicología social, sobre cuánto influye un individuo en el grupo o un grupo en un individuo. Si entendiéramos eso y supiéramos aplicarlo con los niños y niñas, a lo mejor habría menos acoso escolar. …Hay cosas muy importantes en la vida y esos matices que están en la vida no pueden quedar fuera de las escuelas.

P.– De hecho, dices en el libro que un aspirante a maestro tendría que estudiar psicología social, antropología, biología evolutiva, ética…

R.– Sé que es mucho, pero es que es esta profesión no es fácil. Cada niño es diferente a otro, cada clase es diferente a otra, cada curso es diferente a otro… Es un privilegio, pero es difícil.

«Tan importante como que hablemos los docentes es que hablen los niños y las niñas. Si comparten, si se sienten escuchados, al día siguiente irán con ganas».

P.– ¿De qué pasta están hechos los maestros? ¿de criptonita?

R.– [Ríe] Sí, y habrá quien diga ‘pues que también me preparen para subir a la Luna’. …A ver, gestionamos grupos, tenemos que hacer todo lo posible, por muy difícil que nos lo ponga el sistema, para que cada niño y cada niña dé lo mejor de sí.

P.– Y, todo eso, intentando dar el currículum de Matemáticas y el de Lengua completo.

R.– Es que son muchas cosas. Y encima, cada vez que alguien cambia el currículum es para añadir más, no para quitar. Y no se piensa que tan importante como que hablemos nosotros es que hablen los niños y las niñas. Si comparten, si se sienten escuchados, igual que nos pasa a todos en nuestro trabajo, al día siguiente irán con ganas.

P.– ¿Has conocido escuelas que estén más imbricadas con la sociedad de la que forman parte, más abiertas a su entorno?

R.– Sí, y no hay que irse a otros países. He visitado pueblos en los que el Ayuntamiento, la gente y la escuela trabajan juntos. Lo que sí es importante es que salgan a la luz, que se visibilicen, estas experiencias escolares que tienen tanto buenos resultados académicos como sociales, que no son menos importantes. La escuela no es una burbuja. Y no se educa sólo para la sociedad; se educa ‘en’ la sociedad. Hay que mirar desde la ventana a ver qué podemos mejorar. Enseñar a los niños, primero, a conocerse; segundo, a convivir y conectar con los demás y con el mundo en el que vives.

P.– ¿Cómo asistes a la reforma educativa del Gobierno?

R.– Cruzando dedos para que escuchen más a niños, niñas, adolescentes, familias y docentes. Los que toman estas grandes decisiones tienen que conocer muy bien la realidad, las realidades, de cada día en las aulas. Y también adónde ha de dirigirse la educación. No sé puede olvidar que somos seres sociales, que hay que educar para una convivencia cívica y respetuosa. Necesitamos gente valiente que haga cambios, aunque no siempre gusten, y que se hagan pensando en el bienestar de los niños y en las niñas, no con esa única visión adultocéntrica de siempre.

P.– ¿Qué buscas con la divulgación de todo este conocimiento y de las reflexiones sobre educación que haces en tus libros, en tus charlas…?

R.– Honestamente, no planifico muchas cosas. Me siento afortunado de poder conocer tanta gente y de poder compartirlo. Hablamos de algo muy básico, que es cómo ves tú la vida, cómo ves a las personas que tienes alrededor y qué puedes hacer para mejorar la vida alrededor. Cualquiera, no hace falta ser maestro, puede hacer algo para mejorar la vida de los demás.

P.– Te has convertido en una figura muy inspiradora. ¿Eso no te aporta cierta presión?

R.– Bueno, desde fuera no sé cómo se me verá. Pero por dentro yo no siento presión. Sé que no sé todo; sé que cada persona con la que hablo me aporta algo y estoy atento a ello. Me siento afortunado.

Si quieres saber un poco más sobre La emoción de aprender, pincha aquí.

 

Comparte.