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Integración y bienestar, primer objetivo de la escolarización de menores refugiados de Ucrania

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Dos colegios concertados de la Comunidad de Madrid, Monte Tabor Schoenstatt y Arenales Carabanchel, nos cuentan su experiencia con niños y niñas llegados desde la guerra. Muchos de ellos dejaron allí a sus padres y hermanos mayores.

El traductor de Google se ha convertido en una herramienta cotidiana en el colegio Monte Tabor Schoenstatt de Pozuelo (Madrid), que ha escolarizado a 17 menores procedentes de Ucrania desde mediados de marzo.

Esa tecnología, la imponderable ayuda de un padre del colegio, de origen ucraniano, el aula de enlace y mucho empuje de toda la comunidad del cole –profes, alumnos y familias– han hecho que, en un tiempo récord, lo insólito forme parte de la normalidad.

“En sólo cinco días, a mediados de marzo, escolarizamos a 14 niños y niñas. Más adelante llegaron los otros tres”, cuenta Vidal Sánchez, el director. Van de 1º de Primaria a 4º de la ESO, y también han matriculado a uno de 2 años en el primer ciclo de Infantil.

En la zona sur de Madrid, en el colegio Arenales Carabanchel, encontramos a otros 6 niños llegados en vísperas de Semana Santa. En cuanto hubo cinco, el mínimo para tener aula de enlace, la Consejería no tardó 24 horas en autorizar la contratación de un profesor para ello.

“Todo hay que decirlo, la Administración ha tomado conciencia de que la burocracia no puede retrasar la integración de estos niños y está actuando rápido”, apunta José Luis Marrero, director de Arenales Carabanchel. Pero lo que más le sorprende es el valor “heroico” de las familias para acoger a esos niños sin saber cuándo van a poder volver a Ucrania. “Viendo eso, cómo no te vas a volcar tú como colegio en hacer lo imposible para que esos menores estén bien”.

Tanto en Monte Tabor como en Arenales Carabanchel se ha matriculado a los alumnos en el grupo que les correspondería por edad porque lo más urgente es que socialicen con niños y niñas de sus años. El nivel académico ya se verá después, cuando la comunicación fluya. “De momento, estamos comprobando que en Matemáticas y en otras materias técnicas algunos han dado cosas del curso en el que los hemos puesto”, señala el director, que parece apreciar diferencias de nivel entre los que proceden de zonas urbanas y zonas rurales.

En Arenales Carabanchel la primera impresión es de «cierto déficit en comparación con el nivel de aquí».

Por otro lado, algunos siguen en contacto con sus profesores a través de internet, pero otros no, pues sus escuelas ya no existen.

En cualquier caso, el proceso, hasta llegar a evaluar el nivel de cada uno en diferentes materias, va a ser lento. Ahora la prioridad es otra. “Lo fundamental es que hagan amigos, que hagan deporte, que los más pequeños jueguen, y que se olviden un poco de las tragedias que han vivido y que muchos de ellos siguen viviendo”, señala Vidal.

La mayoría tienen a sus padres y hermanos mayores en Ucrania. Concretamente, una de las niñas de Arenales Carabanchel “tiene a su hermano mayor luchando en Mariupol”, revela su director.

Tras el primer mes

Apenas comenzaron a llegar refugiados a España, el Monte Tabor Schoenstatt se ofreció a su Ayuntamiento (el de Pozuelo de Alarcón) y a la Inspección educativa, para escolarizar a los menores que fueran acogidos en el municipio. De repente, a mediados de marzo, se encontró en sus aulas con la mitad de menores llegados a Pozuelo.

Las semanas vividas hasta las vacaciones de Semana Santa arrojan un balance positivo, cuenta el director. Se ve una evolución, tanto de aprendizaje del idioma, como de socialización, y lo mejor de todo: voluntad de incorporarse al trabajo académico.

“En el aula de enlace pasan el 60% del tiempo lectivo y hemos priorizado que asistan, sobre todo, a clases de materias en las que hay más interacción y, a la vez, pueden ser más autónomos, como las materias artísticas, Tecnología, Educación Física, Religión…”

“Lo que podemos hacer de momento lo estamos haciendo bien, pero la incertidumbre sobre lo que viene más adelante es muy grande”, señala con cautela el director.

Carteles en un aula del Colegio Monte Tabor, que escolariza a 16 menores procedentes de Ucrania.

Carteles en un aula del Colegio Monte Tabor, que escolariza a 16 menores procedentes de Ucrania.

En la medida de lo posible, se organizan actividades en las que el alumno nuevo tenga protagonismo. El director recuerda lo divertido que fue un bingo organizado por uno de los chavales, de 3º de la ESO, cantando los números en ucraniano.

Pero también menciona los problemas que han tenido para lograr comunicarse con un niño que quiere escaparse del colegio todo el tiempo, que sale corriendo en cuanto alguien le toca y se mete debajo de la mesa en cuanto suena un ruido fuerte. Gracias a la intervención del padre ucraniano del colegio, pudieron saber que el niño tiene un TDHA agravado por el estrés postraumático de la guerra, y han movido Roma con Santiago para que visite a un especialista.

Los primeros días

Cuando hablamos con Arenales llevan menos días de experiencia y el Departamento de Orientación trabaja a destajo. La colección de pictogramas que indican palabras en castellano y en ucraniano aumenta cada día. A la vuelta de Semana Santa, ya con el aula de enlace, los alumnos empezarán a avanzar más rápido con el idioma.

En esos inquietantes primeros días resultó una bendición que una de las alumnas, de 4º de la ESO, supiera hablar español porque había visitado España dentro de un programa de acogida. Con otra, de 2º, se comunican en inglés. A su vez, ellas hacen de intérpretes con los demás.

El que aprende más rápido es el más pequeño, de 6 años, cuenta el director: “Es increíble, en dos días ya respondía preguntas sencillitas”. Sin embargo, “el más grande, un chico altísimo de 16 años, no habla nada y es el que lo pasa peor. Tiene amigos de su edad que se han quedado y están medio enrolados en el Ejército ucraniano. Donde vivía recibía formación agraria y dejó la escuela hace tiempo”.

De la solidaridad a la financiación

La atención urgente a estos menores ha desencadenado una ola de solidaridad en la comunidad educativa que, de entrada, ha tirado de sentido común y mucho voluntarismo.

Muchos de ellos son concertados y no tardaron en ofrecer sus plazas a la Administración cuando empezaron a llegar familias a España. Saben que en algún momento llegará una ayuda para cubrir los gastos de escolarización y atención de estos niños, pero de momento, todo está sufragado por ellos: material, libros, dispositivos digitales, comedor, uniformes, actividades, excursiones… Por otro lado, la donación organizada por las Ampas de estos colegios ha sido crucial para que los niños tengan más ropa y calzado del que traían. “Muchos de ellos venían sin nada”, apunta Vidal Sánchez.

Pero la atención educativa a medio plazo de estos miles de niños y niñas aún está por conformar, y también por financiar. Tras las vacaciones de Semana Santa ya son 15.500 los menores ucranianos escolarizados, según el Ministerio de Educación y FP. Principalmente han recalado en centros públicos y concertados de Comunidad Valenciana, Madrid, Cataluña, Murcia y Andalucía. El Gobierno prevé que llegarán a ser unos 20.000. 

El Ministerio de Educación trabaja en coordinación con el resto de países de la UE, con las administraciones autonómicas, para dar una respuesta homogénea a las necesidades educativas del éxodo ucraniano.

De momento la Comisión Europea ha autorizado a los gobiernos la utilización de los fondos de cohesión no utilizados del sexenio 2014-2020 y los remanentes de los fondos de REACT-UE y de Erasmus+.

El Plan de Contingencia puesto en marcha por el Gobierno español en colaboración con las comunidades autónomas prevé la contratación de profesorado, orientadores y auxiliares de conversación para atender las necesidades del idioma, atención psicológica y apoyo educativo del nuevo alumnado.

Justo antes de Semana Santa el Ministerio aprobó una convocatoria especial para seleccionar hasta 200 auxiliares de conversación. El plazo para inscribirse finaliza el 26 de abril.

Además, el Gobierno va a contar con los refugiados que sean docentes −la mayor parte mujeres− para que presten labores de apoyo en los centros; va a crear materiales educativos en ucraniano y en español; y agilizará los procedimientos de homologación de los títulos educativos y la acreditación de competencias profesionales.

Nadie sabe cuánto tiempo permanecerán estos miles de niños y niñas en España y en sus familias de acogida. Nadie sabe cuántos de ellos se quedarán. Lo que sí se sabe ya es que muchos han perdido su escuela en Ucrania.

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