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¿Ciudadanos del Universo?

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  • El ingeniero Manuel Ribes* escribe para Actualidad Docente sobre la necesidad de mejorar la cultura científica de las nuevas generaciones a través de una mejor educación en las escuelas. Según el autor, un mejor conocimiento de la ciencia debe «complementar y afianzar la fe en la verdad revelada».
  • «Se ha creado un lenguaje en el mundo científico diferente del del hombre corriente y una fractura entre el inmenso crecimiento del conocimiento científico y los logros técnicos por un lado, y la comprensión de los mismos por parte de los ciudadanos», señala.

Desde los orígenes del hombre se ha forjado la idea de que la Naturaleza puede ser comprendida por el ser humano y en ello ha empeñado sus mejores esfuerzos a través de la Historia. Este conocimiento acumulado que constituye la ciencia ha contribuido al enriquecimiento cultural de la sociedad. La ciencia ha ido progresivamente enriqueciendo al hombre, haciéndolo menos ignorante y moldeando nuestra visión del mundo. Y el hombre de ciencia ha dejado de ser una figura divina que decide lo que es o lo que debería ser para convertirse en un transcriptor de lo que la Naturaleza revela sobre sí misma (1).

Manuel Ribes es ingeniero y manager de Mobilitas Training Projects.

Manuel Ribes es ingeniero y manager de Mobilitas Training Projects.

Los principales hallazgos de la ciencia, sobre todo si nos referimos a la cosmología y la evolución en el Universo, influyen profundamente en la forma en que pensamos sobre nosotros mismos y constituyen una parte importante de nuestra cultura. El conjunto de conocimientos que ayudan al ser humano a conocerse a sí mismo y a entender, disfrutar y hacer beneficiosas sus relaciones con su entorno físico pertenecen a la cultura. Podríamos decir que ser científicamente culto significa tener un entendimiento de nosotros mismos en el universo físico (2).

En los últimos tiempos, el proceso de avance científico se ha acelerado debido a la contribución de la tecnología, lo que ha permitido la experimentación y verificación de fenómenos de forma cada vez más precisa, y de la multiplicación de esfuerzos en el estudio teórico. Al revelar algunas de las grandes leyes fundamentales que gobiernan la Naturaleza, la ciencia nos enseña la inmensidad de lo que aún no sabemos, despertando la curiosidad y el anhelo de conocer más, lo que constituye el motor fundamental del progreso (3).

Sin embargo, la relación de la sociedad en general con la ciencia es muy primitiva. Entre gente respetable y con formación es admisible la ignorancia en materia de ciencia. A una persona se le permite afirmar no haber leído nunca un libro sobre física sin sufrir ningún desdoro, cuando a esa misma persona no se le permitiría afirmar no haber leído ninguna novela en los últimos cinco años sin que fuera considerada una persona poco cultivada. Esta dicotomía –ampliamente reconocida en todos los países– ha llevado a hablar y diferenciar entre cultura sin epítetos y cultura científica. Para Rodin, el arte es leer el fondo de la Naturaleza (4) y qué otra cosa trata el científico sino de desentrañar el ser íntimo de esta Naturaleza. Existe por tanto una única cultura, que abarca toda la gama de conocimientos e ideas que utilizamos para intentar comprender el mundo en el que vivimos. La integración de la cultura científica es un requisito previo si deseamos tener ciudadanos competentes (5). Ello implica la necesidad de una educación científica adecuada para el conjunto de la ciudadanía. Numerosos organismos de diferentes países han llegado a un consenso sobre la necesidad de una educación equilibrada en ciencia para todas las personas en edades anteriores a los 16 años (6).

La Ciencia en la escuela

La causa más frecuente de esa ruptura entre ciencia y sociedad estriba en la forma como se enseña la ciencia en edades escolares, donde el objetivo es transmitir los resultados que ayudarán al estudiante a obtener una competencia profesional (7). Esta realidad se entiende bien si observamos cómo los científicos dedican libros enteros a discernir los conceptos de tiempo o espacio mientras en la física que se transmite a los estudiantes tanto el tiempo como el espacio son conceptos totalmente definidos que se aplican en determinadas ecuaciones sin mayor análisis. Se ha creado un lenguaje en el mundo científico diferente del del hombre corriente y una fractura entre el inmenso crecimiento del conocimiento científico y los logros técnicos por un lado, y la comprensión de los mismos por parte de los ciudadanos (8).

Science Education in Europe: Critical Reflections (9) es un estudio realizado por la Fundación Nuffield en 2008 con la participación de 15 universidades europeas, entre ellas dos españolas, y otros organismos relacionados con educación. El informe alude a un consenso con otros estudios, afirmando que la ciencia debe ser una asignatura escolar obligatoria porque es un componente importante de nuestro patrimonio cultural europeo, que proporciona las explicaciones más importantes que tenemos del mundo material. También critica la situación actual en la que se concibe la ciencia escolar como un elemento básico de preparación para una licenciatura en ciencias. Además, establece una serie de recomendaciones:

  1. Que el objetivo principal de la educación científica en la UE debería ser educar a todos los estudiantes sobre las principales explicaciones del mundo material que ofrece la ciencia y sobre cómo funciona la ciencia.
  2. Que los cursos de ciencias cuyo objetivo básico es proporcionar una educación fundamental para los futuros científicos e ingenieros deberían ser restringidos a este colectivo.

Para todo ello incide en la adecuada formación del profesorado.

Ciencia y Fe

Estaremos de acuerdo en que el ciudadano tiene razones sobradas para aspirar a un conocimiento de la ciencia que le permita conocerse a sí mismo y entender, disfrutar y hacer beneficiosas sus relaciones con su entorno físico. Pero para una persona que cree en Dios se amplía el horizonte de esta necesidad. Son numerosos los pasajes bíblicos en los que se nos anima a ver a Dios a través de sus obras. Lo resume bien el salmo 111, Grandes son las obras del Señor, los que las aman desean conocerlas (10), inscrito en la puerta de roble de acceso al Laboratorio Cavendish, el centro de investigación más laureado del mundo después del Instituto Max Planck. Desde hace más de cien años han pasado bajo esa inscripción en su quehacer diario importantes científicos de todas las disciplinas, entre ellos 29 premios Nobel.

Muchas nociones hasta ahora reservadas a la teología y la metafísica se consideran actualmente objeto del pensamiento científico: la formación del Universo, la formación de especies vivas, la generación de los seres vivos…

El conocimiento científico adquirido en los últimos cincuenta años permite formas más rigurosas de argumentación inductiva o deductiva de la existencia de Dios. La teoría del Big Bang implica un comienzo de la realidad física y por tanto una fuerza creadora que trasciende esta realidad física. El ajuste de las condiciones iniciales en el origen del Universo y las constantes que rigen el mismo implican la existencia de una inteligencia sobrenatural.

Sin embargo, el escepticismo sigue siendo el credo de un importante número de científicos, que depositan su confianza en que la futura confirmación de determinadas teorías evite la evidencia de un Dios Creador.

Muchos años antes, Max Planck, el padre de la física cuántica, en su célebre conferencia de 1937 con el título de “Religión y Ciencia” ya se enfrentó a estos dilemas que tienen que ver con el escepticismo y el dogmatismo que se plantean en los ambientes científicos, y su respuesta fue combatirlos con ciencia y religión conjuntamente. Cerró su discurso con el lema “Hin zu Gott!” («¡Acércate a Dios!») (14). En este contexto de negación y duda, el creyente debe estar sólidamente formado para poder reafirmarse en sus convicciones.

El magisterio de la Iglesia se manifiesta dirigiendo al creyente por el camino del conocimiento de la ciencia. En la encíclica Fides et Ratio, el Papa Juan Pablo II recuerda la conclusión del Concilio Vaticano I, que defiende la verdad alcanzada a través de la reflexión filosófica: “Aquellas cosas que la razón natural puede alcanzar, se nos proponen para creer misterios escondidos en Dios”. «La metafísica es una mediación privilegiada en la búsqueda teológica», añade.

Asimismo nos dice que la Iglesia está obligada “a responsabilizarse del anuncio de las certezas adquiridas”, y señala la obligación de los creyentes de una adecuada información sobre las verdades alcanzadas por la ciencia para completar una adecuada formación: “La razón y la fe, por tanto, no se pueden separar sin que se reduzca la posibilidad del hombre de conocer de modo adecuado a sí mismo, al mundo y a Dios” (12).

Para ayudar a poner en práctica estas ideas y en relación con la formación en este ámbito, la Academia Pontificia de Ciencias organizó en 2001 un congreso titulado “Retos para la Ciencia: Educación para el siglo XXI” (13). Los trabajos del mismo se concentraron en la educación en ciencia en los niveles escolares de primaria y secundaria, ya que, como se afirma en las conclusiones, asegurar una buena formación en ciencia en los niños contribuye a la mejor comprensión pública del significado de la ciencia. Dos de las metas planteadas son las siguientes:

  • “Descubrir la belleza del mundo a través de la emoción, la imaginación, observación, experimentación, reflexión y comprensión”.
  • «Ser conscientes de la interdependencia de la humanidad con el medio ambiente y el Universo».

Por último, entre las diferentes recomendaciones, se indica que esta educación debe ser vista e implementada como parte integral del conjunto de materias de la educación de la persona (lenguaje, historia, arte, etc.). Y se destaca como la más importante contribución para mejorar la educación en ciencia en estos niveles escolares la asistencia a profesores y padres para hacer frente a esta difícil tarea.

Es en Estados Unidos donde el debate sobre religión y ciencia está más cerca del ciudadano y por ello resulta interesante fijarse en las actuaciones formativas que se desarrollan allí. El nivel de conocimientos que se considera como imprescindible para la educación de los jóvenes es bastante superior al que pueda tener en nuestro país el ciudadano medio con estudios universitarios (14).

En España, a falta de estudios que reflejen la situación, parece que el divorcio cultural al que se ha hecho referencia anteriormente es más acusado, y el conocimiento científico relativo a la cosmología y la física que la sustenta es más bajo que en el resto de países occidentales. A pesar de las recomendaciones de los diferentes estudios internacionales de introducción de cambios en la educación escolar, no existen planes ni acciones que de forma sistemática se encaminen a formar en ciencia al conjunto de los alumnos.

¿Qué se puede hacer? Las propuestas que surgen de los diferentes análisis de situación realizados en diversos países, también en el ámbito europeo, se deberían traducir en modificaciones concretas, tanto en los planes de estudio como en la formación del profesorado, las cuales exigen inversiones importantes para su ejecución. No parece que en nuestro país se den las circunstancias en el corto o medio plazo de realizar cambios de esa naturaleza. Sin embargo, es necesario que todas las partes intervinientes en la educación escolar tomen conciencia de este problema, y pongan su empeño en contribuir a la incorporación de estas ideas.

Si en el medio plazo no es previsible que existan cambios normativos en esta materia, entonces toda la responsabilidad de la formación en ciencia se traslada a la iniciativa de los propios centros educativos, pues cada uno es responsable de la formación que imparte y a cada uno le compete aplicar soluciones a la falta de un currículo oficial que cubra este aspecto.

Las recomendaciones de organismos internacionales están ahí. Las indicaciones que se derivan del Magisterio de la Iglesia son claras. Pero sobre todo tenemos delante de nosotros esa sociedad que en parte es escéptica y que, como en tiempos de Planck, hay que refutar con religión y ciencia, con formación en ciencia. Los centros educativos deberían sentirse obligados a buscar soluciones dentro de sus posibilidades.



1 Yves Quére, Science and Society
2 George V. Coyne, Modern Cosmology, a Resource for Elementary School Education
3 The Importance of Understanding Science: An Interview with David Balamuth (Penn Arts & Science, Winter 1997) (https://www.sas.upenn.edu/sasalum/newsltr/winter97/Balamuth.html)
4 Raimon Arola, Naturaleza y Arte, (http://www.concienciasinfronteras.com/PAGINAS/CONCIENCIA/naturalezarte.html)
5 Scientific Knowledge and Cultural Diversity. The 8th International Conference on the Public Communication of Science and Technology
6 The Public Understanding of Science. Council of the Royal Society
7 Jean-Michel Maldamé, The importance of the History of Science in intellectual formation
8 Pierre J. Léna, The challenges for Science: education for the twenty first century. Introduction
9 cfr. https://www.nuffieldfoundation.org/sites/default/files/Sci_Ed_in_Europe_Report_Final.pdf
10 Sal 111 (110), 2
11 Religion und Naturwissenschaft , Max Planck
12 Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et Ratio, nn. 9, 83, 2 y 16
13 cfr. http://www.pas.va/content/accademia/en/publica ons/scriptavaria/challenges.html
14 Teacher’s Resource Manual The Reason Series: What Science Says About God (https://magiscenter.com/wp-content/uploads/2017/08/The-Reason-Series-Teachers-Manual.pdf)

*Manuel Ribes es ingeniero y manager de Mobilitas Training Projects.

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