En la última década, la ciencia neurológica ha aportado nuevas luces para comprender el modo en que aprendemos y ha abierto nuevos caminos para avanzar en la innovación educativa. La presente edición de Neuroeducación” incluye cambios y nuevos contenidos a la primera edición del libro, publicada en 2013. Aquel año Francisco Mora, doctor en Medicina y Neurociencias, y catedrático de Fisiología Humana, acertaba en hacer divulgación, de un modo asequible y con ejemplos esclarecedores, sobre uno de los motores clave en la educación.
La obra traduce al lenguaje común los últimos estudios de la disciplina neuroeducativa, que se construye desde enfoques psicológicos, sociológicos y médicos. A lo largo de 22 capítulos, el autor recorre los entresijos del aprendizaje de nuestro cerebro y de cómo el entorno sensorial y afectivo configura los circuitos neuronales de las personas. La construcción del razonamiento y la memoria, nos explica, son posibles gracias al conocimiento desde los sentidos, por lo que hay modos de aprender mejores que otros: no es lo mismo estudiar los tipos de árboles estampados en un libro que pasear por un bosque, no tanto por lo bucólico que supone la segunda experiencia, sino porque aporta una fuente de vivencias que dan un conocimiento más profundo que cualquier definición.
La exposición de Mora es didáctica y entretenida, y aborda el tema partiendo de lo más simple –qué ha comprobado la Neurología respecto a cómo se despierta la curiosidad en los niños– hasta lo más complejo –cómo abordar casos con necesidades especiales o los cambios en nuestros cerebros con la aparición de internet–. Precisamente en la última parte se dedica un capítulo a la formación en valores, y es que la Neurología también está comprobando el modo y los tiempos en que adquirimos la madurez moral. Según nos cuenta Francisco Mora, la Neurología aporta luces a todos los niveles de la vida humana, por lo que estamos entrando en una nueva era, la “neurocultura”, que en palabras del experto, es una “reevaluación de las humanidades en función del conocimiento actual de cómo funciona el cerebro”.
Por lo tanto, lejos de ser un manual para centros, esta obra pretende concienciar a los lectores de la importancia radical de los avances de la ciencia, “en abrazo con la psicología y las humanidades”, para mejorar nuestra educación. Su autor expone la relación entre algo tan pequeño como el modo en que los maestros escogen sus palabras para transmitir un conocimiento, de una parte, y el desarrollo de la toma de decisiones –lo cual tiene unas implicaciones de gran calado en vistas a la ética personal y de la sociedad–, de otra.
En este sentido, el centro de los descubrimientos neuroeducativos es el binomio indisoluble de emoción-cognición: toda idea se fija en el cerebro asociándose a una emoción, que nace de las percepciones sensoriales del entorno de aprendizaje. Así, sin emoción no hay aprendizaje ni desarrollo favorable de los sistemas neuronales. Ahora bien, esta emoción puede motivarse por el placer o por el dolor, y únicamente el primero es el que permite que las personas aprendan, actúen y se desarrollen como seres humanos de una manera saludable.
Por este motivo, “la gran responsabilidad de los profesores –apunta Mora– es saber que lo que enseñan tiene la capacidad de cambiar los cerebros de los alumnos en su física, química, anatomía y fisiología cambiando sus circuitos neuronales”. Afortunadamente, este conocimiento esencial va calando poco a poco en nuestras escuelas desde hace años, llegado por diferentes vías de investigación (no solo la neurología).
La neuroeducación, al igual que las nuevas metodologías educativas centradas en la inteligencia emocional, constata que el chispazo que prende el fuego de la emoción es la curiosidad: a mayor creatividad en el modo de comunicar a los niños, más se aviva este fuego hasta convertirse en una llamarada de atención focalizada, aprendizaje y memoria. Por todo esto, Francisco Mora ha escogido como subtítulo de la obra “solo se puede aprender aquello que se ama”.
Ante este planteamiento, llaman la atención, no obstante, ciertas valoraciones del autor al final de la obra que difieren del estilo general de su discurso. En este sentido, puede resultar extraño para el lector encontrarse con una descalificación de la cultura del conocimiento desde el comienzo de la humanidad hasta hoy, etiquetada de modo genérico como “pensamiento mágico”, o aseveraciones filosóficas elevadas a rango de verdades indiscutibles, como su definición de la felicidad como la ausencia de sufrimiento.
En definitiva, y dejando a un lado la conformidad o no con algunas valoraciones subjetivas del autor, este ensayo es sin duda una valiosa fuente de conocimiento para todos aquellos que enfrentan el complejo y necesario reto de educar de forma innovadora en el siglo XXI.