Carlos Magro es uno de los impulsores de Asociación Educación Abierta, una organización independiente y sin ánimo de lucro que quiere aportar una pluralidad de voces ideológicas al debate sobre el cambio educativo en nuestro país
Para Carlos Magro la necesidad de cambio educativo es imperiosa, pero defiende que debe hacerse al estilo slow education, sin prisas y debatiendo mucho. Vicepresidente actual de la AEA, pudo compartir parte de sus reflexiones en el pasado Congreso de CECE en Tenerife. En esta entrevista profundizamos en la naturaleza del cambio educativo que necesitamos, en la urgencia por restablecer la confianza en los profesores y en cómo pueden los centros educativos afrontar sus principales retos presentes y futuros.
P. De formación eres físico e historiador. ¿Cómo aterrizaste en el terreno de la educación?
R. La verdad es que la vida me ha ido colocando donde estoy ahora. Llevo casi 20 años vinculado a la educación: estuve muchos años en la Consejería de Educación de Madrid, llevando programas de ciencia y sociedad, y trabajando con colegios y universidades, pero siempre desde la gestión. Luego estuve en una escuela de negocios, como director de innovación, también de comunicación, y recientemente he dejado de ser director académico del Instituto Europeo de Diseño. Pero desde hace 5 o 6 años mi rumbo ha ido cambiando hacia la reflexión, y actualmente intento equilibrar la consultoría y la reflexión. Intento escribir, hablar, reflexionar y leer sobre educación, pero quiero hacerlo desde el ámbito de los proyectos porque, si no, uno puede desconectarse mucho de la realidad. Hace cuatro años, un grupo de pocas personas conseguimos lanzar la Asociación Educación Abierta. Queremos que sea un espacio de reflexión y debate en torno a la educación, que amplíe el espacio de debate actual porque pensamos que está muy politizado y no responde a lo que preocupa a nuestra sociedad.
P. El proyecto principal que lleváis en la Asociación Educación Abierta es “Calmar la educación”. ¿Por qué ese nombre?
R. Es un concepto que viene del ámbito del medioambiente y el urbanismo, de las políticas para redefinir la vida de las ciudades, calmar el tráfico y bajar su ritmo. Lo hemos llevado a la educación porque consideramos que refleja bien varias ideas: por un lado, la necesidad de bajar la crispación y desmonopolizar el debate de intereses corporativos y de organismos como las agencias internacionales de evaluación que, sin quererlo, han copado el espacio de debate. En educación se tiende mucho a hacer afirmaciones rotundas y a ser drásticos, y esto da lugar a un debate poco productivo. En este sentido, nuestra propuesta va más allá del pacto educativo, va al ámbito de la sociedad civil: queremos que entren más actores en juego, no solo los partidos, y por eso hablamos de los “afectados” (en el sentido positivo, en cuanto a “afectivo”) por la educación, que son las familias, las empresas y los diferentes actores sociales. Por otro lado, una idea importante que queremos recuperar es la de slow education, acuñada en los 80-90, y alejarnos así un poco de la de smart school. La escuela está muy acelerada: se les exige mucho a los profesores y a los alumnos. La sociedad está generando sistemas de mucha presión, y esto provoca escenarios de desmotivación y desapego. Queremos evaluarlo todo, medirlo todavía más… y defendemos que la educación necesita más tiempo porque es un proceso lento. Necesitamos reposo y que los alumnos estén menos presionados.
P. ¿En qué fase se encuentra actualmente el proyecto?
R. Actualmente estamos en una fase intermedia: hemos colgado en la web de Calmar la Educación un conjunto de propuestas que hemos ido recogiendo desde las jornadas #CalmarEdu que tuvimos en Madrid en junio. Es una web abierta a comentarios, que aún sigue recogiendo aportaciones de una gran variedad de personas del ámbito de la educación. En enero sacaremos una segunda versión del documento con propuestas finales más concretas.
P. ¿Me podrías decir alguna de las propuestas que haces tú personalmente?
R. Por mi parte, creo que deberíamos dedicar tiempo a reflexionar sobre qué es la educación y cuáles son sus fines, es decir, por qué vamos a la escuela. Parece un tema muy amplio y se dice que los problemas reales son otros, pero debemos pensar sobre educación a todos los niveles: desde el ámbito estatal hasta el ámbito de cada comunidad educativa. Los centros deben darse un tiempo que normalmente no tienen, para sentarse a debatir y descubrir los fines de su existencia desde su propio contexto y circunstancias. Una vez se tiene claro lo que se entiende por educación y cuáles son sus objetivos, se pueden concretar las cosas más operativas para ver cómo alcanzar los objetivos que nos hemos marcado: la práctica del aula, metodologías, cambios en la manera de evaluar, la cultura colaborativa entre docentes, la relación con las familias…
P. Actualmente hay iniciativas educativas por todas partes realmente interesantes e innovadoras y, sin embargo, el atasco político que rodea a la educación parece impedir que haya un verdadero cambio educativo en nuestro país. ¿Son los políticos el principal problema de nuestro sistema educativo?
R. Hay aspectos de nuestro contexto legislativo que creo que deben cambiar, sí, que merecen un cambio profundo. La evaluación del sistema o el currículum, por ejemplo, tienen una extensión desproporcionada y en ellas se exige trabajar continuamente competencias mientras se están evaluando otras, por ejemplo. Sin embargo, la teoría del cambio también nos dice que en un mismo contexto hay espacios para que se produzca este cambio, incluso en las peores circunstancias. Lo vemos en nuestro país: hay centros que con un mismo marco legislativo están avanzando muchísimo y están sabiendo adaptar procesos muy innovadores; otros, por el contrario, están atascados. Es un tema complejo: los legisladores piensan que los cambios se producen de arriba abajo, y la realidad del cambio educativo constata que nada importante se cambia desde arriba. No se les debe decir a los docentes todo lo que tienen que hacer, necesitamos generar dinámicas de abajo a arriba porque así es como se dan los cambios más importantes.
P. Muchos profesores que intentan innovar en el día a día de sus aulas están desmotivados por la falta de recursos y la carga de trabajo. ¿Una mayor inversión económica solucionaría sus problemas?
R. Los profesores necesitan un contexto de confianza que sea explícito. Cuando algo va mal enseguida se tiende a criticarles, a cuestionar su trabajo o su formación. Esto también calmaría la educación. Efectivamente, los profesores sienten una gran presión sobre sus hombros: la sociedad y las familias esperan mucho de la educación de sus hijos, y tenemos una legislación que también exige pero de una forma tan compleja, detallada y sistematizada sobre cómo hay que actuar que esto multiplica la presión. Debemos comprender que es una tarea muy complicada ser docente, más de lo que pensamos y más que en ninguna otra época. Una de las razones de esto es la diversidad, gran reto de la educación: la multiplicidad de situaciones familiares, personales, de cultura, religión, etc. es cada vez mayor. Creo que la única solución posible para rebajar esta presión es dejar de ver la profesión como algo individual y verla como un proyecto colectivo, cambiando la cultura de trabajo individual docente por el trabajo colaborativo. De este modo la presión se reparte entre más hombros, sobre un equipo docente que comparte una visión y unos objetivos. En este sentido ya vemos innovaciones: colegios que resuelven el problema de las ratios y la atención a la diversidad mezclando grupos, teniendo 60 o 70 alumnos en vez de buscar hacer grupos pequeños, pero incorporando dos o tres docentes. Esto no supone la mitad del trabajo para los profesores, sino el doble de atención para los alumnos. Hay que plantear cambios como estos en la organización escolar.
P. Parte del cambio educativo actual está pasando por poner a los alumnos y su proceso de aprendizaje en el centro de la reflexión. Según lo que me comentas, ¿toca también asignar al docente un lugar apropiado como centro del proceso educativo?
R. El interés por los alumnos y su aprendizaje viene desde hace más de cien años. Ahora hemos retomado esto de una manera muy evidente, poniendo al alumno como centro del aprendizaje, pero la única manera de ponerlo verdaderamente en el centro es atendiendo a su diversidad y reconociendo al docente como el colectivo que es capaz de gestionar eso. Por eso creo que entre varios profesores es como se puede dar a cada alumno lo que necesita. Me parece que lo fundamental es entender que sin los docentes no hay cambio educativo, hay que reforzar su idea y la del equipo educativo. La famosa frase del informe McKinsey que dijo que los profesores son el techo del sistema educativo es cierta a medias, porque creo que se refería a ellos de forma individual. El techo sube mucho más si piensas en la calidad colectiva del equipo. Por eso pienso que los desafíos educativos se tienen que responder con una cultura docente colaborativa en los centros.
P. Hace poco participaste en los encuentros de Aulablog con el tema de “una escuela sin muros”. ¿Qué hay a un lado y a otro de ese muro?
R. Otro gran reto de la educación, además de la atención a la diversidad, es romper el muro que existe entre lo que sucede dentro y fuera del aula. Los aprendizajes dentro y fuera suelen ser muy diferentes. La brecha entre lo que antes se llamaba aprendizaje formal e informal es cada vez más amplia, y por eso hay muchos agujeros en ese muro que ya no podemos ignorar; hay un trasvase de información que no podemos ni debemos contener. Hay contextos fuera del aula donde los alumnos son brillantes y desarrollan grandes proyectos, por ejemplo el tema de los youtubers, y luego ellos no pueden demostrar esas habilidades en los colegios. Las aulas tienen que poder incorporar estos aprendizajes en las aulas, y este reto va más allá de un cambio tecnológico.
P. ¿Y qué ámbitos concretos de la sociedad pueden servir para crear esa escuela?
R. A los colegios les cuesta mucho incorporar a las familias en los centros educativos, y son los que mejor pueden traspasar el aprendizaje del mundo exterior a las aulas. En esto hay iniciativas de comunidades de aprendizaje, como aquéllas en las que los padres cuentan a los chavales su profesión, o cuando participan en actividades como contar cuentos a los pequeños (pero como parte del currículum). Esto facilita el enganche de los alumnos al aprendizaje, no ven tan rara la diferencia entre lo que pasa en el aula y lo que ocurre en el exterior. Tenemos que aprovechar a las familias para generar comunidades de aprendizaje, e incorporar el aprendizaje informal que se da en las redes y en internet. A partir de ahí también a estructuras municipales, como bibliotecas o centros de ancianos, que vamos a ver de vez en cuando pero no las incorporamos ni las aprovechamos para el aprendizaje. Hay que convertir las escuelas en un sistema integrado poroso. El aprendizaje-servicio, por ejemplo, aporta mucha motivación e integración en este sentido: los chavales ven claramente para qué sirve algo que estudian y cómo impacta en su comunidad. Es una clara ganancia para ambas partes. De esto ya tenemos ejemplos magníficos por todo el país.
P. ¿Cómo deben los colegios afrontar un futuro profesional incierto y lleno de nuevas profesiones que no conocemos?
R. Hace años que en los colegios hablamos de competencias, que incluyen los contenidos como base y nos permiten hablar de valores (la parte emocional) para aprender cuándo debemos poner en práctica los conocimientos que vamos adquiriendo. Las competencias están de este modo recogidas en nuestra legislación, pero el debate ahora es saber cómo enseñar esas competencias y cuáles hacen falta para enfrentarse al mundo laboral, a la vida. España y Europa han fijado unas competencias mínimas que pueden estar bien, pero nos está costando mucho transferirlas. En concreto nos está costando dejar de definir la educación como “transferir contenidos” para hablar de “dotar de habilidades, competencias y actitudes”. Ya decía el pedagogo Guy Claxton, a finales de los años 90, que quizá el fin más importante de la educación para tiempos inciertos es que adquieran la confianza para seguir aprendiendo a lo largo de su vida. Otros hablan de adaptabilidad: afrontar la incertidumbre con nuestra capacidad para ser creativos y mezclar el conocimiento que tenemos. Ya no entro en el mundo universitario, pero en cuanto a enseñanza obligatoria no hay que pensar en contenidos, sino en competencias, y especialmente en que los alumnos salgan de nuestro sistema educativo con confianza en sí mismos.
P. En tu ponencia en el congreso de CECE en Tenerife hablabas de “educar para un mundo desbocado”. Si verdaderamente estamos en ese mundo parece una tarea complejísima ser profesor hoy.
R. Esa expresión la acuñó el sociólogo Anthony Giddens. Baumann hablaba de la sociedad líquida, también se habla del mundo globalizado… Pero estas palabras son las que me parecen más oportunas para hablar del mundo en el que vivimos, porque queremos saber todo lo que ocurre al tiempo que no controlamos nada de lo que va a pasar. Por eso la educación que necesitamos ahora no basta con que se dé una vez, como era antes cuando ibas al colegio y ya no volvías a estudiar nada porque estabas listo para trabajar. Lo verdaderamente importante ahora es capacitarse para ir aprendiendo en un mundo acelerado y cambiante a través del conocimiento compartido y del trabajo colaborativo. La respuesta de cómo tiene que darse concretamente esa educación no la sabemos, pero tiene que ver, como te decía, con equilibrar los contenidos con la capacidad para usar competencias. En el pasado los cambios culturales eran generacionales, pero ahora son intrageneracionales: uno mismo experimenta cambios muy profundos a nivel cultural en su propia vida y no solo en la tecnología. En ese sentido, lo primero que daría a los profesores es esa confianza de la que hablábamos al principio para que puedan desarrollar conceptos y proyectos que habiliten a las nuevas generaciones a afrontar la incertidumbre constante.