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David Cerdá: El catastrofismo no me interesa; no tenemos derecho a la desesperanza, sino el deber de mejorar lo que hacemos

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Economista y doctor en filosofía, y  como él mismo  dice “me debo a tres oficios: el empresarial, asesorando a organizaciones; el literario, como ensayista, articulista y traductor; y el educador, como profesor y conferenciante”. 

P. ¿Qué es para usted la educación?

R. El proceso por el que se conduce al alumno a la verdad, a la belleza y al bien, o, dicho de otro modo, al desarrollo de su carácter en base al conocimiento del mundo y los otros y de las verdades morales, a la cultura y el pensamiento crítico como ejercicio de su libertad y al futuro desarrollo de una profesión mediante la que pueda cumplir sus deberes con la polis.

P. ¿Cree que ha disminuido la calidad de la educación? ¿Valora igual, primaria o secundaria, o pública o concertada o privada?

R. Siempre hay que completar la pregunta con un «desde». ¿Desde cuándo, con qué comparamos? Mi percepción es de un declive suave en todo el siglo XXI, un declive acusado desde la crisis financiera y la irrupción de las redes sociales (en torno a 2008) y un fuerte declive desde la pandemia o algo antes. Es decir: el declive se está acelerando, del mismo modo que el mundo se está complicando geopolíticamente y Occidente sigue declinando.

En cuanto a las distinciones, sé poco de la primaria, aunque he oído críticas que parecen bien fundadas y apuntas a un empeoramiento (sobre todo en lectoescritura); la bajada me parece significativa en secundaria (es muy visible en los perfiles de entrada universitarios), y es palmaria en la terciaria, que tiene sus particulares problemas (Bolonia), añadidos al declive generalizado. Hay que puntualizar que lo que ha caído es el nivel medio, porque los mejores estudiantes de ahora son mejores que nunca; el problema es la mediocridad generalizada.

En cuanto a pública, privada y concertada, diría que va por centros y depende menos de esta modalidad, si bien en concertada y privada a veces pueden ponerse normas que son más difíciles en los públicos. En todo caso, el problema es de país y de sociedad.

P. ¿Considera necesarios y fiables los rankings de medición de capacidades como PISA?

R. Son solo un indicio, pero importan. Hay medidas cualitativas que añadir a esas mediciones, y, en general, conviene hablar con los profesores, especialmente con los no contaminados por la ideología (creo que la mayoría de los profesores son honestos).

P. ¿Por qué cree que son tan necesarias las clases particulares hoy en día?

R.Ante la caída del sistema, llegan los refuerzos. Con todo, el factor diferencial es el hogar. Hogares con libros, conversaciones, amor a la educación y tiempo que dedicar a los niños son imbatibles. Pero es injusto, porque dónde uno nace es una lotería.

P. Usted hace hincapié en que las generaciones que llegan no son las más preparadas sino las más tituladas. ¿Ve algunos valores en las generaciones que llegan? ¿No cree que hay cierto catastrofismo y negativismo sobre los jóvenes de ahora que ellos reciben?

R. Para empezar, hay que decir que los culpables de esa situación no son los jóvenes, por supuesto, sino sus mayores, que les hemos fallado: el infame mercadeo político con la educación (ocho leyes en cuarenta años), la dejadez y cobardía de los padres (muchos, demasiados), la mala praxis de los capitanes de la industria tecnológica, etcétera. Dicho esto, no creo que los valores jueguen un papel importante en la ética, por ser solo «conceptualizaciones de comportamientos»; los principios son mucho más interesantes. De nuevo, habría que distinguir a los mejores, que a mi juicio tienen una ética avanzada y acorde con el avance moral que exigimos a los tiempos, y la media, la generalidad, sumida en una notable confusión moral, por lo general relativista, carente de un armazón ético razonado y vivido, que ha interiorizado que todo está en venta y no existen verdaderas líneas rojas.

El catastrofismo no me interesa: no tenemos derecho a la desesperanza, sino el deber de mejorar lo que hacemos. De la juventud siempre se ha hablado mal; pero la juventud se rebelaba. Ahora es más acomodaticia y prosistema que nunca. El problema no son los jóvenes, sino nuestro retroceso ético, político, cultural, civilizatorio, en suma. Retroceder es un pecado, un fracaso sin paliativos. Más que los catastrofistas, me preocupan quienes llaman a los críticos «apocalípticos» y proponen circular y seguir cuesta abajo. A los jóvenes hay que quererlos y despertarlos, porque el futuro es suyo.

P. ¿Para usted es necesaria la prohibición absoluta del móvil en clase? ¿No considera que las pantallas como un IPAD o un ordenador pueden ser buenos vehículos de enseñanza? ¿A qué edad consideraría recomendable darle a un niño un móvil?

R.Sí: los móviles fuera de clase; y, en secundaria, fuera incluso del recreo. Considero que cualquier elemento que tenga acceso a internet te saca de clase y no es controlable por el docente en su buen uso en veinte o más alumnos. Para actividades concretas, dirigidas y fuertemente supervisadas, es un buen instrumento; si hay gateras por las que escapar al entretenimiento y así pues a la desatención, son un desastre. Un niño nunca debería tener móvil antes de los 12, y redes sociales antes de los 14.

P.¿Hay actualmente más niños-as con altas capacidades que en otros tiempos? ¿Cree que se les da suficiente atención a sus capacidades?

R. No lo sabemos. No creo que estemos atendiendo suficientemente a estos chicos, si bien soy consciente de lo difícil que resulta con los medios actuales.

P.¿Si subimos la nota de acceso a las carreras educativas corremos el riesgo de quedarnos sin docentes?

R.Subir las notas sin hacer otros cambios para que el trabajo de educar sea satisfactorio para todas las partes me parece insuficiente. 

P.Otro tema muy de moda es el de las matemáticas. ¿Tiene relación la dificultad cognitiva o las deficiencias con las dificultades en esta asignatura?

R. El gran problema de las matemáticas es que requieren atención. También disciplinan la atención, por supuesto, de ahí la importancia de enseñarlas. Un cerebro hiperestimulado y despistado no lee bien los problemas, corre en el proceso, extraviándose: se le hace un mundo. Creo que ahí está la clave, también en la lectura y la lengua y la literatura: hay que aquietar y concentrar el cerebro para ser bueno en eso.

P. ¿Cómo se puede hacer que los alumnos se interesen por la filosofía? Desde que edad se puede introducir en el curriculum?

R.No soy partidario de la «filosofía para niños»; es decir, sí, todo suma, pero la filosofía es un saber maduro. Puesto que cada vez se madura más tarde —por razones biológicas y culturales—, creo que su sitio es, como pronto, los 14 años. De los 16 a los 18 es ideal. Pero han de ser materias obligatorias, incluso en FP, pues todo ciudadano tiene el derecho y el deber de desarrollar, cuanto menos, estas dos capacidades filosóficas nucleares: la crítica (lógica, dialéctica, retórica y cognición básica) y la ética.

Para que los jóvenes se interesen por la filosofía hay que decirles la verdad, y explicarles que su vida depende de ello, si es que quieren que sea buena. La ética es precisamente el descubrimiento de qué hace que la vida merezca la pena; y la búsqueda de la verdad, espina dorsal de la capacidad crítica, es la que los llevará a tomar las mejores decisiones posibles, tan individual como colectivamente, ensanchará sus vidas en un proyecto de conocimiento y les convertirá en profesionales no solo íntegros (ética), sino además eficientes y efectivos. Si les recordamos eso, con pasión y fundamento, la mayoría pedirá filosofía; ahora bien, nosotros, ¿estamos convencidos de ello? .

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