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Luchando contra la tercera ola de Covid tras un primer trimestre lleno de avances

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  • Los positivos se multiplican en los colegios, aunque los contagios se producen fuera de ellos
  • Varios directores nos transmiten la angustia y el desasosiego cotidianos, tras meses de grandes esfuerzos, pero advierten contra los confinamientos generalizados porque el alumnado podría perder lo ganado hasta ahora

Llegamos a Navidad cansados pero con el ánimo crecido. No sin grandes esfuerzos, el tren del aprendizaje había cogido velocidad en las escuelas, las aulas demostraron ser entornos seguros y libres de contagios, los estudiantes habían cogido de nuevo el ritmo, los confinamientos domiciliarios eran puntuales y habíamos ganado seguridad y confianza en el uso de herramientas digitales.

Pero llegó enero y el Covid-19 empezó a causar estragos en las aulas. Muchos docentes se ven obligados a desdoblarse en profesor de aula y profesor a distancia, además de atender por turnos a otras clases con el tutor de baja. En dos semanas han acumulado más cansancio que en los cuatro meses anteriores. Varios directores nos transmiten la angustia cotidiana, la sensación de no llegar y el desasosiego de saber que mañana habrá más casos… Con todo, mejor esa situación desbordante que un confinamiento generalizado. Todos coinciden que eso es lo peor que le puede pasar al alumnado ahora mismo.

La directora de la Fundación Trilema, Carmen Pellicer, percibe el “cansancio psicológico” que está causando el imparable ascenso de casos tras la vuelta de las vacaciones. Describe un “ambiente tenso” en la comunidad escolar, con familias que empiezan a plantearse no ir a clase pese a que los contagios no se producen dentro del colegio. El parte del día –cuando hablamos con ella– informa de 20 positivos en un centro, 9 en otro, 5 en otro… La mayoría, de Infantil. Y ello obliga al confinamiento añadido de alumnos que han tenido contacto estrecho. “Vamos a vivir un trimestre difícil”, constata.

El ‘kit de emergencia’ didáctico preparado en verano para afrontar los previsibles confinamientos puntuales de alumnos ya se ha vuelto un recurso de uso cotidiano y Pellicer teme que haya que sacar del cajón las programaciones previstas para el caso de confinamiento generalizado e indefinido.

Alumnos del Colegio Trilema Santa Ana, de La Pobla Llarga (Valencia).

Alumnos del Colegio Trilema Santa Ana, de La Pobla Llarga (Valencia).

Con semejante preocupación nos atiende Ana Marín, directora del Colegio Marni, de Valencia. De sus 60 clases, 10 están confinadas en el momento de la conversación. Ana tiene la sensación de no llegar a todo. Y aún quedan kilómetros en esta carrera de fondo. A principio de curso costó que los alumnos de la ESO en régimen semipresencial cogieran el ritmo de aprendizaje, pero en diciembre ya lo habían afianzado… Y repente, nuevos obstáculos. Pese a ello, Ana lo tiene claro: “No hemos rebajado expectativas sobre el curso”. Ya se modificaron las programaciones para centrarse en lo fundamental este curso y “todos hemos aprendido nuevas formas de enseñar”. “Lo que necesitamos es que paren de salir positivos”.

Alumnas del Colegio Marni (Valencia) durante una clase el pasado mes de enero.

Alumnas del Colegio Marni (Valencia) durante una clase el pasado mes de enero.

En Madrid descuentan una semana de desgaste pues, debido a las nevadas, el inicio de las clases se retrasó, pero la percepción de avalancha que viene es la misma. Cuando hablamos con José Luis Marrero, director de Arenales Carabanchel, cuenta 31 positivos entre sus 1.230 alumnos y 27 entre sus 115 trabajadores (en lo que va de curso). Ha habido momentos de colapso en los que ha llegado a contemplar la posibilidad de pedir voluntarios entre las familias para que acudan al centro a prestar apoyo no docente. “No nos van a enviar sustitutos y nos tenemos que apañar con lo que tenemos”. Y tiene claro que no puede enviar una clase a casa por falta de profesores:

“Los niños necesitan ir al colegio, y sus familias lo necesitan para poder trabajar. Hay que mantener los colegios abiertos a toda costa; son un bien a la sociedad entera y la experiencia demuestra que estamos luchando bien para que sigan siéndolo. Ahí están los datos. Que las administraciones educativas y sanitarias lo tengan en cuenta antes de tomar decisiones que afectarían a toda la sociedad”.

Alumnos del Colegio Arenales Carabanchel, trabajando en el aula con su profesora guiándoles desde casa.

Alumnos del Colegio Arenales Carabanchel (Madrid), trabajando en el aula con su profesora guiándoles desde casa.

En Galicia hablamos con el Colegio Montesol, de Vigo. La incidencia de Covid-19 es menor que en los centros anteriores: 5 casos la última semana de enero y 13 en total desde septiembre. Javier Ojea, su director, toca madera, pues sabe que la situación puede desbocarse en cualquier momento, aunque la experiencia le demuestra, como a los demás, que el Covid-19 se contagia fuera del colegio y que “dentro no hay transmisión”. “Si se hicieran las cosas en la calle como se hacen en los colegios, hace tiempo que habríamos terminado con el virus”, subraya.

Teme, “por los chavales”, que acabe habiendo un nuevo confinamiento generalizado. Sobre todo por los adolescentes. El confinamiento prolongado de 2020 “les pasó factura psicológica a muchos por la falta de interacción social, sobre todo aquellos con menos habilidades sociales”, cuenta Javier de acuerdo a su experiencia. “A algunos les ha costado mucho entrar en la rutina escolar y estamos muy encima de los que lo están pasando peor”. Con todo, “el tren ha cogido inercia y estamos a velocidad de crucero”. Si hubiera que recluirse de nuevo en casa, podrían tirarse por la borda tantos esfuerzos hechos estos meses.

Grandes logros hasta enero

El golpe ‘postnavideño’ hace daño porque supone un freno tras los avances conseguidos.

“Todos hemos aprendido nuevas maneras de enseñar”, apunta Ana Marín, del Colegio Marni. “Si tienes a la mitad de la clase en casa y la otra mitad en el aula, o si los tienes a todos confinados, no queda otro remedio”.

“Al comenzar el curso nosotros dijimos: nos centramos en el Covid hasta El Pilar, y después, a aprender y a innovar”, cuenta Carmen Pellicer respecto a los colegios de Trilema. El Covid-19 no podía parar en seco la innovación de años. Y así fue: impartieron formación a los padres y a los alumnos para el manejo de las herramientas digitales que habían previsto usar para “mantener el espíritu de la escuela pese a las circunstancias”; por ejemplo, para hacer las celebraciones del aprendizaje “en la Nube”. Aunque el desarrollo de la inteligencia ejecutiva ya formaba parte de su proyecto educativo, reforzaron el trabajo de los alumnos en ese sentido, pues este año iba a hacer más falta que nunca. “Aprovechamos el tiempo presencial con ellos para entrenar las capacidades que hacen falta para el trabajo remoto”: autonomía, autogestión, fijación de metas… Pusieron en marcha una metodología de aprendizaje híbrido en la que cada alumno elige su hoja de ruta de trabajo para cada materia. Fijaron la elaboración de dosieres personales del trabajo de cada alumno cada seis semanas. Y pusieron mucho más peso en la autoevaluación. Y cuando la maquinaria estaba a pleno rendimiento, llegó la tercera ola y hubo que volver a poner el Covid de nuevo en el centro.

“Hemos trabajado muy duro”, subraya Javier Ojea, del Montesol de Vigo. “Los profesores han hecho mucha formación para garantizar una buena enseñanza con medios digitales y ya están sacándole partido”. Si alguien tiene que quedarse en casa unos días, se conecta a las clases que da el profesor en el aula; lo que éste muestra al alumnado en la pizarra digital lo ve el confinado en su chromebook en casa; si quiere intervenir o preguntar, lo hace.

“Han hecho mucho esfuerzo, pero la tecnología ha dejado de ser un problema para ellos, se sienten capaces y ahora se centran más el aprendizaje”. Y los estudiantes “ya se ha familiarizado con la tecnología que usamos”. Esto, lejos de tener una visión cortoplacista, centrada en este curso, está ideado pensando en el futuro. Todo será más fácil, versátil y personalizado en adelante.

En todos los colegios lo excepcional se ha vuelto rutinario: las salas de profesores, el salón de actos, el laboratorio… se habilitaron como aulas o como comedor. “Es normal encontrarte a un docente sentado en el suelo, en un pasillo, con su portátil, porque no tiene otro sitio”, admite José Luis Marrero, de Arenales Carabanchel (Madrid). “Todos hacemos esfuerzos con estos protocolos draconianos. Las familias, las primeras. Los niños son tan obedientes con las normas que estoy sorprendido. Y cuando hay que confinar, todo el mundo funciona con una naturalidad impactante”. Ayuda que ya llevaran siete años trabajando online y “la madurez adquirida desde marzo”, con clases a distancia que han ido evolucionando hasta encontrar el modelo que mejor les funciona.

“Hemos tenido que reinventar muchas cosas”, señala José Luis. “Tenemos menos actividades prácticas, hemos perdido el laboratorio porque ahora es un aula, también hacemos menos trabajo cooperativo, hemos perdido movilidad…” Pero todos son conscientes del “privilegio” de tener el colegio abierto y de que “cuanta mayor unidad entre todos, mejor saldremos de ésta”.

Las escuelas han dado la talla con creces; los profesores están trabajando por encima de sus posibilidades y en unas condiciones inéditas: para empezar, helados de frío. “Estamos demostrando que la escuela es una potencia superior a las capacidades de los que nos rigen”, apuntaba Jaime Nicolás, director del Colegio Santa María del Naranco, de Oviedo, durante su intervención en el 54º Encuentro de Centros Innovadores, organizado por el profesor Pere Marqués a finales de enero y en el que se inscribieron más de 700 docentes.

El cansancio se nota y el aumento de casos hace que el ánimo se venga abajo. Pero nos quedamos con unas palabras que nos dice el profesor Pere Marqués: “Todo este estrés nos está generando enseñanzas útiles para cuando pase la pandemia. Hemos dado un salto de gigante y de esta situación muchos centros van salir fortalecidos”.

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