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El Bachillerato del confinamiento y la semipresencialidad, a las puertas de la Universidad

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  • El investigador de la UAM Javier M. Valle emplea el término «bachilleres pandemials» para referirse a aquellos que han cursado un 70% de esta etapa académica en condiciones de extraordinaria dificultad y advierte de que la Universidad debe prepararse para la llegada de estudiantes con una preparación menor 
  • Menos de la mitad de centros ha impartido el Bachillerato íntegramente presencial este curso, según un informe del Consejo Escolar del Estado

Quedan apenas dos semanas para que comience la EBAU. Gran parte de los aspirantes a la Universidad de este año ha cursado el Bachillerato a duras penas. A la enseñanza online sobrevenida que tuvieron durante medio curso el año pasado (en 1º), una gran parte le suma el régimen semipresencial de este curso (en 2º). Por eso ya hay quien llama a la Universidad a prepararse para recibir estudiantes menos cualificados de manera que pueda evitarse su descalabro más adelante.

La enseñanza semipresencial aterrizó en septiembre en nuestro sistema educativo como la solución más rápida a la necesidad de bajar el número de alumnos en las aulas de Secundaria. Y pocas cosas han suscitado tanto acuerdo en tan poco tiempo como su ineficacia y, en palabras del propio Ministerio, sus «efectos negativos». Tanto es así que desde Semana Santa los centros educativos han hecho grandes esfuerzos por aumentar la preparación presencial de la EBAU entre los estudiantes de 2º Bachillerato.

Según un informe del Consejo Escolar del Estado publicado en enero, el 47% del alumnado de Bachillerato ha realizado el curso de manera semipresencial (a turnos por semanas, por días, o por horas). Los porcentajes varían en función del curso (1º y 2º) y de cada comunidad. Por ejemplo, en la Comunidad de Madrid el 47,9% de los institutos públicos y el 64,6% de los centros concertados han impartido un 2º de Bachillerato íntegramente presencial. En cambio, en 1º, sería sólo un 10% de los públicos y un 51% de los concertados.

Estos porcentajes, que son sólo una muestra, revelan también que la brecha educativa previa a la pandemia, y agravada por ésta, también se hace cada vez más compleja. Si el año pasado la capacidad digital del alumnado y de los centros complicó las cosas a muchos de ellos, este año se suman las carencias de aprendizaje atribuidas al régimen semipresencial que ha tenido sólo una parte del alumnado en los últimos cursos de Secundaria (no todo).

Pero volvamos a los aspirantes a entrar en la Universidad de este curso. «Gran parte de estos estudiantes han cursado un 70% del Bachillerato en circunstancias de extraordinaria dificultad”, apunta Javier M. Valle, titular de la Facultad de Formación del Profesorado de la Universidad Autónoma de Madrid, coordinador del Grupo de Investigación de Políticas Educativas Supramacionales y miembro del Consejo Escolar de la Comunidad de Madrid. Con sus ojos de veterano investigador, ve oportuno que empecemos a hablar ya de “Bachillerato Pandemial” y de sus consecuencias en la formación universitaria. En su opinión, la Universidad debe prepararse para recibir a un alumnado con déficit de aprendizaje y evitar un posible aumento del fracaso y del abandono universitario temprano, ya en un llamativo 25% antes de la pandemia.

Su experiencia dando clases online este año en la Universidad y el contacto que tiene con docentes de Secundaria –a los que ha impartido formación o con los que ha compartido foros de análisis educativo– le hacen sostener que los alumnos en semipresencial han aprendido menos. El propio Ministerio, en su informe de medidas preventivas contra el Covid, señala “el impacto negativo de la semipresencialidad no sólo en los resultados académicos de una parte del alumnado, sino también en el bienestar emocional de la población adolescente”.

En cambio, en los centros donde el curso ha sido íntegramente presencial, el profesorado habla de cansancio y desgaste, pero niega que la preparación sea peor a la de otros años.

”La presencialidad en 2º de Bachillerato era una cuestión crucial para nosotros este curso”, señala Cristina Sastre, directora de Orientación el Colegio Santa Gema Galgani de Madrid. “El proceso de enseñanza-aprendizaje que se produce en la presencialidad poco tiene que ver con el que se produce en la modalidad online. En las clases presenciales al alumno se le exige una atención plena y, si ésta no se produce, el profesor se da cuenta y puede redirigirla. La clase la construyen alumnos y profesor de una manera bidireccional, dándose un ajuste continuo de la actividad del profesor en función de los conocimientos o dudas que perciba en los alumnos. El feedback del docente es inmediato, ajustado e individualizado para cada alumno. Pero no olvidemos que acudir diariamente al colegio, además, también les aporta regularidad, rutina y seguridad. Eso, a nivel socioemocional, tiene unos beneficios inmensos”.

Aunque no tengamos datos, el déficit de aprendizaje en las clases online “cae por su propio peso”, zanja el profesor Valle. Se resienten “la atención, la socialización, la comprensión y el rendimiento”, explica el docente desde su experiencia este curso: “Muchos se conectan y se apagan la cámara, con lo cual no sabes si están ahí o están haciendo otra cosa. Y con los que sí aparecen en pantalla ni siquiera sabes si te están atendiendo”. Eso, por no hablar de los problemas técnicos. “Puedes entender que a uno no le funcione la cámara un día, pero que le pase a 10 de 60 alumnos cada día es imposible”.

“Si algo nos ha enseñado la pandemia es que la docencia telemática puede suplir la enseñanza presencial excepcional y puntualmente, siempre que el alumno tenga voluntad y motivación, y es fantástico que la tecnología nos permita esa posibilidad, pero de ninguna manera puede sustituir a la docencia de toda una clase de manera continuada”, observa el profesor e investigador de la UAM.

Otro hecho comprobado este año, añade, es que “la docencia telemática es contraria a la inclusión en educación”. “Para el alumno motivado y responsable, la clase online no es tan perjudicial”, explica Valle. “Los más perjudicados son los alumnos social y culturalmente desfavorecidos y los que presentan dificultades de aprendizaje”.

¿Llegarán menos preparados a la Universidad?

Desde la Asociación Nacional de Catedráticos de Instituto (ANCABA), su secretario general, Felipe de Vicente, coincide en que la “bajada de los niveles educativos en Bachillerato es innegable”, pero también apunta al descenso de la exigencia como uno de los factores desencadenantes y no sólo a la semipresencialidad.

La ministra de Educación rechazó recientemente que se cuestionara la preparación nuestros bachilleres y que se haya hecho la vista la gorda con ellos tras impulsarse desde el Gobierno la flexibilidad de criterios de evaluación y de titulación. (De un porcentaje de titulación del 76% en 2019 pasamos al 90% en 2020; en algunas CCAA se presentó a la EBAU hasta un 18% y un 22% más de jóvenes que en años anteriores.) Isabel Celaá alegó que si la mayoría de los titulados pasó el filtro de la EBAU es porque iban bien preparados. Pero en la comunidad universitaria se da por hecho que, además de que la EBAU fue más fácil al dar más opciones de respuesta a los aspirantes, pudo haber también cierta generosidad al evaluar los exámenes.

A ello se atribuiría –aunque no puede demostrarse– el ligero aumento de aprobados en la EBAU –del 92,94% en 2019 al 93,15% en 2020– y, sobre todo, el notable incremento de las notas de corte para acceder a los grados universitarios. Encontramos subidas, por lo general, de más de medio punto en varias universidades. Por ejemplo, en la Universidad Autónoma de Madrid, Educación y Psicología, +1; Química, +2; Ingeniería Informática, +3,5; ADE, +0,8; Medicina +0,3.

A la espera de ver qué ocurre este curso en la EBAU, preguntamos a varios docentes universitarios si han notado una bajada de nivel en el alumnado de nuevo ingreso respecto a otros años, pero no se atreven a dar un diagnóstico porque con las clases online apenas han tenido contacto con los alumnos y aún quedan los exámenes finales. “Los veo flojillos, pero con la situación que tenemos es comprensible”, nos dice uno que prefiere omitir su nombre. “La percepción es que hay menor preparación”, respalda otro.

“Lo que es evidente es que la comunicación oral no fluye y el debate se ha empobrecido enormemente”, observa el Javier M. Valle. “Percibo un bajón notable en la competencia comunicativa”, se lamenta este profesor de futuros docentes.

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