“En la educación hemos puesto la meta en educar para obtener, para alcanzar, para tener, para llegar a, para ser reconocido. Estamos diseñando la vida de nuestros hijos para una meta que está fuera de la persona”, advierte la autora de ‘Enseñar para amar la vida’.
El fin de la educación pasa por conseguir personas que aporten lo mejor de sí mismos a la sociedad, dice Eva Bach, pedagoga experta en educación emocional. Algo tan obvio lo olvidamos con frecuencia, al someter a los niños a una competitividad que lastra su desarrollo interior. Autora de libros como “Adolescentes, qué maravilla” o “La belleza de sentir”, su última obra se títula Enseñar para amar la vida y es una guía de enorme riqueza para los padres (Editorial Plataforma Actual).
P. Vemos con frecuencia que los padres están agotados y ven el futuro con ansiedad. Trasladan una gran presión a los niños y se fijan tanto en los resultados y en el futuro laboral de los hijos, sobre todo a partir de determinadas edades, que desatienden otras prioridades.
R. A los niños debemos darles luz para la vida. Es difícil si la nuestra esta medio apagada. Los hijos tienen que ser, son en la mayoría de los casos, una alegría. Por supuesto que nos hacen felices, pero no pueden ser la única alegría de nuestra vida. Eso supone una exigencia tremenda para nuestros hijos, porque entonces van a tener que contentarnos a nosotros, calmar nuestras frustraciones, curar nuestras heridas… Tienen que llenar nuestra vida, pero hemos de tener otras alegrías más allá de los hijos.
P. En el libro habla de “quererlos bastante tirando a mucho” y de que hay que disfrutar de ellos hasta un cierto grado.
R. No puede ser que todo sean ellos. No es bueno ni para los padres ni para los hijos. Y se pueden hacer tiranos, pensar que estamos a su servicio, que han nacido para ser servidos y contemplados por nosotros. Pero ellos están en el mundo también para servir, para dar.
Luego los hijos son mayores, quieren hacer su vida, y entonces es un vacío tremendo para nosotros. Entregamos a los hijos a la vida, y aunque es un cambio, triste, porque se va de casa y es duro para los padres, es un momento feliz porque hemos cumplido una función: entregar a un hijo al mundo, para que él entregue algo a la vida. Ellos no tienen que llenar nuestra vida. Ellos tienen que dar a la vida, aportar sus dones a la comunidad.
P. ¿En qué medida influye lo que hemos aprendido también como hijos? ¿Se nos olvida que lo mejor de nuestra infancia está relacionado con la felicidad y no con el éxito?
R. Son muy importantes las pautas que hemos heredado de nuestro entorno y sistema familiar. Es la herencia más poderosa. Mi madre, tras las reuniones familiares, nos dice: “Estoy contenta cuando venís y estoy contenta cuando os vais”. La herencia del campo familiar, de nuestros adultos más cercanos, es lo que más nos ayuda. A veces se nos pierde la alegría o directamente no la hemos recibido. Pero vamos a hacer que vivir sea bonito, a abrir el corazón aunque ahora lo tengamos dolido. Hay que preguntarse dónde quedó interceptada la alegría, qué pasó. Muchas veces es una herida en el ámbito familiar que hizo que esa transmisión no fuera de alegría. Podemos volver a reengancharnos a la alegría. Es un trabajo de arqueología emocional familiar. Hay que preguntarse por la mañana: ¿yo me levanto con la alegría como emoción de fondo?, ¿está encendida esa llama?
P. ¿Y si la respuesta es negativa?
R. Si no es así, pregúntate qué pasó, donde se perdió esto. La conciencia es una luz muy poderosa. Ser consciente de lo que ocurre nos permite un cierto control. Nos falta tiempo para algo esencial: poder transformar las emociones primarias que todos tenemos en sensibilidad, que es poder escoger qué es lo que quiero sentir y cómo quiero sentirme. Pero no es fácil porque hay hechos más allá de nuestra voluntad. Si se me muere alguien, si alguien me ataca, si hay una infidelidad… Vamos a golpe de emoción primaria. En este mundo acelerado, intenso, nuestras emociones nos vienen dictadas, nos las contagian desde fuera. No tenemos tiempo de transformar eso en algo que nos haga fertilizar una sensibilidad amorosa, empatía, solidaridad, comprender, compasión por el otro… Nos falta ese tiempo interior. Es básico para sentirnos y sentir a los otros dentro.
P. Una de las conclusiones principales del libro es que hemos puesto a nuestros hijos una meta que está fuera de ellos
R. En la educación hemos pasado a poner la meta en educar para obtener, para alcanzar, para tener, para llegar a, para ser reconocido. Estamos transmitiendo a nuestros hijos motivaciones externas. Estamos diseñando la vida de nuestros hijos para una meta que esta fuera de la persona. Buscamos la recompensa externa. Ya se ha visto que cuando se alcanza eso que tanto intentamos transmitir, cuando lo forzamos, la persona no siempre está feliz. Y se ha descubierto que, cuando estamos sólo incentivando con motivaciones externas, de reconocimiento, de recompensa, estamos cargándonos las motivaciones intrínsecas, la autosatisfacción, y las motivaciones transcendentes, las de ponernos al servicio de la comunidad, que son las que nos dan alegría, felicidad y sentido a la vida.
P. La recompensa parece que está siempre en garantizarse un futuro brillante
R. No se trata de conseguir el mejor sueldo del mundo, sino sentirte bien contigo mismo porque estás dando tu mejor versión al mundo, lo mejor de ti. Esa es la recompensa. Me gusta mirar a mi hijo a los ojos y que brillen por dentro, no que brillen por fuera. Ver ese fuego interno y que pueda brindarlo a otros, compartirlo, amar. Hablo de educar para amar, pasa saborear, para transformarnos, para compartir, para hacer el bien. Se nos están perdiendo los valores perennes. Lo demás es efímero, es caduco. Hay una desconexión con la esencia de la educación. No es el éxito externo, es la satisfacción y la alegría interna. Que sea compartida y contagiable. ¿Para qué educamos? Para dar lo mejor de nosotros al mundo. Y cuando lo estamos dando, esa propia alegría se incrementa y multiplica. No educamos para tener títulos en las paredes y másteres.
P. ¿Y qué papel juega el profesor en esa búsqueda y multiplicación de la alegría?
Hace años enviamos 1.000 cuestionarios donde preguntábamos a padres y maestros qué cualidades admiraban más en la docencia. Más del 95% de las respuestas hacían alusión a aspectos personales. Tenían que ver con las dimensiones emocionales. Hablaban de ese profesor que me hacía sentirme importante, que era humano, que me escuchaba o que me hizo creer en mí, que se notaba que amaba educar y amaba a los alumnos… Los aspectos académicos puros, de dominio de la materia, representaban solo un 4% de las respuestas.
Yo mantengo que quien es buena persona querrá ser un buen profesional. Puede haber profesionales con mucho saber, pero totalmente incompetentes. Y generar mucho conflicto. Decía Howard Gardner que una mala persona nunca será un buen maestro.
La salud emocional del profesorado, el gran olvidado
P. Usted es experta en educación emocional. Pensamos siempre en los alumnos, pero ¿qué pasa con los profesores que no transmiten, los profesores que terminan tirando la toalla por falta de medios o de motivación?
R. La salud emocional es una de las carencias del sistema educativo. Sabemos ahora que es tan importante como la cognitiva. No sólo no está contemplada en los planes de estudio de Magisterio, sino que lógicamente tampoco está en el acceso a la profesión docente. Debería haber algún tipo de prueba que tuviera que ver con la parte emocional. Una entrevista sobre sus objetivos vitales –para qué quiere ser maestro, cómo se siente– donde se pudiera hacer una lectura para valorar su equilibrio emocional.
Eso debería revisarse a lo largo del ejercicio de la profesión docente. Hemos propuesto centros de apoyo a los profesores, igual que lo que hay para los alumnos. La profesión docente conlleva momentos de crisis, hay que hacer ITVs emocionales, como los coches. De una manera cercana, donde uno mismo pueda valorar por sí m ismo, ayudado por otros, si está en las mejores condiciones. Mucha gente que está muy quemada no es consciente de ello y piensa que los que están mal son los otros. Van por la vida enfadados con todo el mundo, y con los pobres niños ni te digo…
Eva Bach ha estudiado en profundidad la salud emocional del profesorado. Su propuesta al Consejo Escolar de Cataluña, desde el Observatorio de la Comunicación Educativa, donde trabaja con Montse Giménez, va en la dirección de crear programas de orientación emocional para profesores y están estudiando casos en otros países donde se ha avanzado más, como en Finlandia y Holanda. Desde el Observatorio estudian cómo mejorar la comunicación dentro de los centros.