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Lecturas juveniles de verano: ‘El Laberinto de las nueve llaves’, de José Antonio Francés

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El Laberinto de las nueve llaves (Babidibú) es el último libro de José Antonio Francés, profesor de Lengua y Literatura en el Colegio Buen Pastor de Sevilla. (Lee un fragmento de la novela.)

El laberinto de las siete llaves, una novela juvenil de José Antonio Francés (Babidibú)

Publicado este 2018, El laberinto de las nueve llaves es una sátira fantasiosa destinada a hacer reír al público infantil y juvenil, al que José Antonio ha dedicado gran parte de su obra.

Él mismo nos introduce el argumento para que entendamos el fragmento que nos ha seleccionado y que habla de educación.

«Mario es un chico atrapado en un mundo fantástico y busca la puerta para volver a su casa. Después de varias peripecias, ha acabado en una isla donde un niño caprichoso ha pedido que un mago lo convierta en dragón«.

Y aquí tenemos lo que ocurre con ese niño-dragón maleducado:

[…] El dragón se volvió como loco y empezó a destrozar todo cuanto se le cruzaba en su camino. Una cuadrilla de criados, con abnegada profesionalidad, se apostó en las puertas de la habitación esperando una orden del padre para retirar los destrozos y reparar los daños en un receso de la criatura, que revoloteaba como un moscardón por la estancia. Para mayor desgracia, la bestia estaba regordeta y no podía salir al exterior por ninguna de las ventanas de la sala, circunstancia que hubiera aliviado la situación.

—¡Hemos tenido mala suerte! —se lamentaba el padre—. Unos hijos salen estudiosos, otros salen vagos… y otros salen dragones.

—¡Muy mala suerte! —ratificó la madre con un suspiro.

Una estantería de madera con todos sus libros cayó sobre la mesa, pero nadie, a excepción de Mario, pareció darle la menor importancia.

—¡Estamos metidos en un buen lío! ¡He hecho todas las gestiones que estaban en mi mano y he movido a todos mis contactos ante el Rey de los Caóticos, pero el dichoso mago se niega a volver!

—El muy cretino —añadió la madre— dice que no quiere saber nada de mi hijo. Y todo porque cuando vino a hacerle el hechizo lo tuvo que repetir varias veces (…)¡Y ahora el buen hombre, claro está, no quiere ver al niño ni en pintura!

—Ni buen hombre ni leches —repuso la madre colérica—, ¡un sinvergüenza! Te lo dije, Renato, este mago no es de fiar, pero claro, en este castillo mi palabra es lo último que se escucha.

Una nueva remesa de criados, esta vez ataviados con trajes ignífugos, volvió a entrar en la sala para sofocar el incendio de las cortinas. En vista de todo lo sucedido, Mario preguntó a los padres con cierta indignación:

—Pero ¿no han educado nunca a su hijo?

—¡Ay, cuánta razón tienes, muchacho! —respondió el padre—, pero es que los profesores nos duran muy poco —el anciano se santiguó varias veces—. Ahora precisamente hemos contratado a uno que pone mucho interés, aunque es un poco blando para mi gusto.

El padre hizo un gesto a uno de los criados para que se acercara hasta ellos. El criado, que miraba horrorizado el espectáculo, corrió hasta la mesa con más obediencia que valor, y se refugió entre los padres.

—Mande, señor marqués —dijo en tono sumiso.

—¡Ya se te ha ido otra vez de las manos! —se quejó la madre.

—Perdón, señora, la próxima vez lo haré mejor —se disculpó el criado.

—Bueno, tranquilo —añadió el padre cambiando de tema—. Mira, este chico es nuestro invitado y quería conocerte.

—¡Hola, soy el profesor de Claudio! —dijo el criado con una sonrisa servicial.

Viendo quizá que la atención del auditorio había decaído ligeramente, el dragón empezó a aligerar el vientre de gases, al tiempo que incendiaba el metano intestinal en el momento en que lo expulsaba del cuerpo.

Los padres, un poco avergonzados, rieron la ocurrencia de su hijo, pero rápidamente volvieron a la discusión:

—¡Nosotros nunca hemos escatimado en su educación! —explicó el progenitor, ahora un poco más severo—. Pero cuando un hijo no tiene inclinaciones académicas… ¿qué se puede hacer?

Con el fondo de pedorretas, el profesor levantó la mano debajo de la mesa para tomar la palabra:

—Educar es decir que no —dijo el maestro sentando cátedra—. Los niños necesitan unas reglas de conducta, unas obligaciones, una disciplina, ¡unos límites! De lo contrario, pueden pensar que todo el mundo vive para atender sus necesidades y corren el riesgo de convertirse en pequeños tiranos…

—¡Cuidado con lo que dice de mi hijo! —saltó la madre al instante—. Todo el mundo tiene defectos, o ¿usted es perfecto?

El profesor pidió perdón a la señora y bajó la mirada avergonzado.

—Además —prosiguió—, usted tiene la culpa de que nuestro hijo no muestre mejores modales… para eso le pagamos. ¿Y qué ha hecho desde que llegó a palacio? Dar discursos, eso es lo único que hace usted, dar discursos.

El padre intentó relajar la tensión de la charla:

—Cálmate, querida. El profesor es un pedagogo reputado y sólo lleva dos días con nosotros y hace lo que puede. Ya sabes que nuestro Claudio es un chico muy inteligente, pero necesita un poco de…

El progenitor no tuvo tiempo de acabar la frase, porque una enorme explosión hizo temblar los cristales de la sala. El dragón, del esfuerzo intestinal, había pasado del estado gaseoso al sólido. […]

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